El Nacimiento en la poesía litúrgica de Román "el Melódico"


Adán y Eva en la gruta del recién nacido

Las tradiciones litúrgicas orientales, con bellas y contrastantes formas literarias al mismo tiempo, con frecuencia, nos proponen la contemplación del Misterio de nuestra fe. Román "el Melódico", teólogo y poeta bizantino del siglo VI, en su primer Kontakion (poema con uso litúrgico) como ritornello repite las palabras "recién nacido, Dios antes de todos los siglos" que resumen el misterio celebrado: el Dios eterno, existente antes de todos los siglos, llega a ser nuevo en el niño recién nacido.
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La tradición bizantina, celebrando el "nacimiento según la carne del Dios y Salvador nuestro Jesucristo" enfoca, ya sea en la iconografía o en la eucología, la celebración de la Navidad a la celebración de la Pascua. El icono de la Navidad, en el niño fajado y metido en un sepulcro, quiere prefigurar ya el sepulcro donde el Señor, de nuevo amortajado, será colocado el Viernes Santo para resucitar glorioso al alba de la Pascua. Los textos de la liturgia, con imágenes muy profundas y vivas, nos proponen así todo el misterio de nuestra salvación.
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En las semanas precedentes a la Navidad, sin un periodo verdadero y propio que corresponda al Adviento en las tradiciones latinas, la liturgia bizantina, con unos bellísimos troparios, nos ha hecho pregustar todo el misterio de la Encarnación: la espera confiada y la pobreza de la gruta, prefiguración de la miseria de la humanidad que acoge al Verbo de Dios; y todavía más, toda la serie de figuras y personajes que se asoman en la vida litúrgica de estos días: los profetas Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Daniel y los Tres Jóvenes; Belén, casi personificada y conectada con el Edén; Isaías, que se regocija; Maria, la Madre de Dios presentada como "cordera", es decir, aquella que porta en su seno a Cristo, el Cordero de Dios; finalmente, en los dos Domingos que preceden a la Navidad, los Progenitores de Dios desde Adán hasta José, es decir, la larga serie de figuras que han esperado al Cristo y que nos recuerdan que también nosotros formamos parte de una historia y de una humanidad que lo acoge en una esperanzadora vigilia, aunque también en la oscuridad , la duda y el pecado.
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En el segundo de los Kontakion, Román "el Melódico" narra la visita de Adán y Eva a la gruta del recién nacido. El canto de María al oído del niño despierta a Eva del sueño eterno y ésta persuade a Adán para ir a la gruta a fin de comprender qué es ese canto. En el diálogo entre Adán y Eva despertados ahora de su sueño, la mujer le anuncia la buena noticia: "Escúchame, soy tu esposa; yo, que fui la primera en provocar la caída de los mortales, hoy me levanto. Considera los prodigios, mira a la que no conoce nupcias, que cura nuestra llaga con el fruto de su parto. La serpiente una vez me sorprendió y se alegró, pero al ver ahora a mi descendencia huirá arrastrándose". El nacimiento virginal de Cristo llega a ser curación, salvación para el género humano, herido por el pecado.
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Y Adán le responde: "Reconozco la primavera, oh mujer, y huelo las delicias de las cuales caímos entonces. Diviso un nuevo, diverso paraíso: la Virgen que porta en el seno el Árbol de la vida, el mismo árbol que custodiaban los querubines para impedirnos tocarlo. Si bien, mirando crecer este árbol intocable, he advertido, oh esposa mía, el soplo vivificante que hace de mí, polvo y fango inmóvil, un ser animado. Ahora, vivificado por su perfume, quiero ir a donde crece el fruto de nuestra vida, a la Llena de gracia". El despertar de Adán es una prefiguración, en cuanto que es colocado en primavera, es decir, en el contexto pascual en el cual definitivamente será llevado de nuevo al paraíso. Y éste está cambiado, renovado: "Diviso un nuevo, diverso paraíso", que no es otro que el seno de la Virgen que porta el nuevo árbol de la vida.
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"Estoy abrumado por el amor que siento por el hombre" responde el Creador. "Yo, oh Esclava y Madre mía, no te entristeceré. Te haré conocer todo lo que voy a hacer y respetaré tu alma, oh María. El niño que ahora portas entre los brazos, lo verás dentro de no mucho con las manos clavadas, porque ama tu estirpe. Aquél que tú nutres, otros le darán de beber hiel; Aquél que tú llamas a la vida, deberás verlo colgado en la cruz, y de Él llorarás su muerte. Pero tú me apretarás con un abrazo cuando sea resucitado, oh Llena de gracia. Todo esto soportaré voluntariamente, y la causa de todo esto es el amor que he sentido siempre y a todas horas por los hombres, amor de un Dios que no pide otra cosa que poder salvarlo". Al oír estas palabras María grita: "¡O mi racimo, que los impíos no te aplasten! ¡Que cuando crezcas, oh Hijo mío, no te vea inmolado!". Mas Él responde: "No llores Madre, sobre lo que no sabes: si todo esto no fuera cumplido, todos aquellos, a favor de los cuales me imploras, perecerán, oh Llena de gracia".
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Un Dios que "no pide otra cosa que poder salvarnos". Ésta es la realidad, la única realidad que celebramos en estos días en nuestra fe cristiana: el amor de Dios por los hombres manifestado plenamente en Jesucristo. Y vivimos esta realidad en toda nuestra vida, como cristianos. Como cristianos al compartir - y quizás también al contrastar- nuestra fe, con un mundo señalado fuertemente por el individualismo, el olvido del otro, la ignorancia de los demás; una fe que deberá predicar a un Dios que es don gratuito, que perdona, que ama, y porque ama se sacrifica por los otros y no pide otra cosa que poder salvarlos. Él "recién nacido, Dios antes de los siglos".
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(Publicado por Manuel Nin en L'Osservatore Romano el 25-XII-2008; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)
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(Imagen: Icono de la Madre de Dios "la que nutre",
del Monasterio de Hilandar, del Monte Athos)