La Natividad de San Juan Bautista en la Tradición Siro-Occidental.

Una Estrella que se eleva antes del Sol de justicia

La figura del profeta y heraldo Juan Bautista es muy celebrada en la Tradición litúrgica Siro-Occidental. Como de Cristo y de la Madre de Dios, la liturgia celebra la concepción el 23 de septiembre, el nacimiento el 24 de junio y la degollación el 29 de agosto. Además, en los seis domingos del periodo prenatalicio, al inicio del ciclo litúrgico llamado Subbara o de las Anunciaciones, dos están dedicados a Juan: en el primero se celebra el anuncio a Zacarías y en el cuarto el nacimiento del Bautista. Por otro lado, Juan es celebrado el 7 de enero, inmediatamente después de la fiesta del Bautismo del Señor, según la praxis de las liturgias orientales: el día después de una gran fiesta recuerdan al personaje por medio del cual Dios lleva a términos su misterio de salvación. Las tres celebraciones de la concepción, del nacimiento y de la muerte ponen al Bautista en paralelo con Cristo mismo y con la Madre de Dios.

En la fiesta del nacimiento del Bautista la liturgia siro-occidental enumera los títulos que le son dados: “Voz verdadera, sembrada en el seno de una estéril; gran profeta, intercesor; vástago deseado, germinado en un campo sediento; mañana gloriosa que anuncia el día glorioso; luna transitoria que glorificas al sol eterno; sacerdote terrestre que has desvelado el misterio del gran sacerdote celeste”. Los textos destacan el paralelismo y la contraposición entre voz, silencio y palabra: “Un ángel anunció tu concepción y el silencio ató la lengua de tu padre; voz verdadera, intercesor dotado de palabra para convertirse en signo de la voz resonante que enmudece en el seno de la Virgen”.

Los textos del oficio nocturno, sobretodo los atribuidos a san Efrén, comparan a Cristo y el Bautista desde su concepción hasta el bautismo en el Jordán: “Terrible para el Jordán que temía desatar sus sandalias; amable para los pescadores que besaron sus pies. Gracias a la fuerza de su don fue capaz Juan: un terrestre bautizó al celeste”. Con su predicación y bautismo en el Jordán, Juan se convierte en testigo de la encarnación de Cristo: “En las alturas y en la profundidad dos heraldos tuvo el hijo: la estrella luminosa gritó de júbilo en lo alto y Juan lo anunció desde abajo”. La estrella y Juan, entonces, anuncian la divinidad y la humanidad de Cristo: “Quien pensó que sólo era terrestre, la brillante estrella lo convenció de que él era celeste. Y quien creía que era sólo espiritual, Juan lo convencería de que él es también corpóreo” .

En otro himno Efrén retoma el paralelismo entre los anunciadores y el anunciado: “Un par de heraldos han expresado la cualidad del unigénito, la estrella y Juan: el primero el astro que se eleva, el segundo la voz. También el anunciado es la palabra y la luz; la voz y el rayo le han servido”. Los textos litúrgicos enlazan la visitación de María a Isabel al Bautismo de Cristo: “Se acercó Juan junto a sus padres y adoró al Hijo, y un resplandor se posó sobre su rostro. No hizo cabriolas como cuando estaba en el útero. Aquí adora y allí había exultado”.

La concepción del Bautista al inicio del otoño cuando la noche de alarga, y la de Cristo al inicio de la primavera cuando el día se alarga, son puestos en paralelo por Efrén, en la misma línea simbólica utilizada, con el rayo y la luz, la voz y la palabra: “También el tipo de tu concepción, rabbuli (“maestro mío”), y del de Juan, tu heraldo, el símbolo de vuestra concepción y de vuestro nacimiento, es representado y revelado en la luz y en la tiniebla. La concepción de Juan tiene lugar en el mes de tishri, cuando la tiniebla va al asalto. Tu concepción tiene lugar en el mes de nisan, cuando la luz comienza a reinar sobre la oscuridad y la tiniebla”.

En el icono del bautismo de Cristo, aparecen seis ángeles. Desde lo alto descienden sobre Jesús tres rayos que tienen en el centro una paloma. Arriba a la derecha está el profeta Isaías con un rollo en el mano, con tres versículos de su libro en siríaco: “Lavaos, purificaos, quitad el mal de vuestras acciones ante mis ojos” (1, 16); “Oh vosotros los sedientes, venid al agua" (55, 1); “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación” (12, 3). A la izquierda el rey David sotiene también un rollo en árabe con dos versículos del salterio (113, 3, y 76, 17): “El mar lo vio y retrocedió, el Jordán se echó atrás”, y “Te vieron las aguas, oh Dios, te vieron y se sorprendieron”.

(Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el 24 de Junio de 2010; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)