Antiguo rito de funeral.

Como estrenamos el mes de noviembre, llamado de los fieles difuntos, pues que mejor oportunidad para comentar algunas de las peculiaridades del antiguo rito de exequias, aunque si bien la celebración actual ha mejorado la celebración, sobre todo con el aporte fundamental de la Palabra de Dios. Lo siguiente es a modo de conocimiento de la riqueza de la tradición litúrgica. Las exequias tienen tres estaciones, la primera en la casa del difunto, la segunda en la Iglesia y la tercera en el cementerio.
            En la casa del difunto el féretro estaba cubierto con un paño negro entre dos velas. Había la costumbre en algunos lugares de cubrir el féretro con un paño blanco si se trataba de una doncella virgen “in signum virginitatis” e igualmente se cubría el féretro de las religiosas.
            Para la Misa el sacerdote usaba ornamentos negros, lo mismo para los diáconos. A veces el sacerdote celebrante usaba al inicio en vez de la casulla, la capa pluvial negra, pues iba primero a la casa del difunto para el levantamiento del cadáver. Los ministros precedidos de la cruz y los ciriales se encaminaban a la casa del difunto para traer el féretro procesionalmente a la Iglesia. Cuando llegaban a la puerta de la  Iglesia el coro entonaba el “réquiem aeternam dona ei” que es uno de los cantos más famosos de exequias.
            El féretro se colocaba sobre el túmulo o catafalco, con velas encendidas a su alrededor. Por otro lado la significación de los cantos y de las ceremonias, o la complicación de los mismos, lo marcaba el status civil o religioso del difunto. Había varias categorías de exequias.
            En la Iglesia y durante el funeral se recita o canta el oficio de difuntos, según la costumbre, en algunas ocasiones esto dependía  del estipendio que se diese. Un sacerdote podía presidir el oficio de difuntos y otro la Misa exequial. Según una antigua tradición medieval se metía en la boca del difunto una partícula del “Corpus Domini”. Luego se hacía la absolución sobre el cadáver que era la conclusión de la Misa de “Requiem”. El presbítero que presidía se quitaba la casulla y  vestía la capa pluvial negra. Inmediatamente viene la conducción al cementerio. En el trayecto hacia el cementerio se canta la antífona “in paradisum”. Puesto el féretro cerca de la fosa se asperja y se inciensa. En aquella época los coros eran fundamentales en las exequias, incluso cuando se trataba de una persona de relevancia social, la escolanía del seminario acompañaba la compleja liturgia. Esta celebración exequial tenía mucho de la liturgia monástica. Por eso la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II ha procurado ir a lo esencial y más genuino aportado a lo largo de los siglos por las tradiciones litúrgicas.


Manuel Flaker