La Fiesta del "Encuentro del Señor" en la Himnografía e Iconografía Bizantina

Hoy el "Anciano de los días" se hace niño

En las Iglesias orientales la Fiesta del 2 de Febrero es una de las doce grandes fiestas del año litúrgico. Testimoniada ya en la segunda mitad del siglo IV, subraya el encuentro entre la humanidad, representada por los ancianos Simeón y Ana, y la divinidad, Cristo mismo.

La Iconografía tiene pocas variantes, desde los mosaicos romanos de Santa María in Trastevere hasta los Balcanes, Cristo, María y Simeón son las figuras centrales, José y Ana en segundo plano. El Altar con manteles y baldaquino transforma el templo de la antigua alianza en edificio de culto cristiano. Así la presentación de Jesús, cuarenta días después de su nacimiento, se convierte en la Fiesta del "Encuentro"de la humanidad envejecida con el hombre nuevo, Cristo. En algunos iconos María porta al niño en sus brazos, en otros es Simeón el que lo sostiene, recordando así la Gran Entrada en la Divina Liturgia bizantina, cuando el obispo recibe los dones preparados, pan y vino, para ser colocados sobre el altar.

Simeón, al igual que el obispo, acogiendo a Cristo se convierte en aquél que profesa la fe de la Iglesia: "Ahora he sido liberado, porque he visto a mi Salvador. Éste es aquél que ha dado a luz la Virgen: es el Verbo, Dios de Dios, aquél que por nosotros se ha encarnado y ha salvado al hombre. Ábrase hoy la puerta del cielo: el Verbo eterno del Padre, ha asumido un principio temporal, sin salir de su divinidad, es por su voluntad presentado en el templo de la Ley por la Virgen Madre y el anciano lo toma entre sus brazos".

La profesión de fe de los cuatro primeros Concilios ecuménicos es puesta en boca de Simeón; también en el momento de la presentación del candidato a la ordenación episcopal, éste pronuncia tres profesiones de fe relacionadas con estos cuatro concilios. Simeón mismo, en un texto, se convierte en figura de Cristo en su descenso a los infiernos: "Ahora deja que yo me marche, oh Soberano, para anunciar a Adán que he visto al Dios que existe antes de los siglos, sin mutación, hecho niño".

Diversos troparios subrayan cómo el niño presentado en el templo es también aquél que había hablado en el Antiguo Testamento: "Acoge, Simeón, a aquél que Moisés vio entonces, en la oscuridad, cuando le daba la Ley en el Sinaí, y que ahora, hecho niño, se sujeta a Ley".

El encuentro entre la humanidad envejecida simbolizada por Simeón y Ana y la nueva humanidad por Cristo, nos lleva a interpretar un versículo del profeta Daniel (7, 9) en clave cristológica: "El Anciano de los días, hecho niño en la carne, es llevado al santuario por la Virgen Madre. Se hace niño por mí el Anciano de los días; el Dios purísimo se somete a las purificaciones, para confirmar que es realmente mi carne la que ha asumido de la Virgen. Aquél que la visión del profeta ve como un viejo "anciano de los días" ahora aparece como "nuevo niño", como lo canta la liturgia de Navidad.

María, la Madre de Dios, es presentada en los textos litúrgicos como aquella que porta a Cristo. Uno de estos textos litúrgicos (Adorna thalamum tuum Sion) ha entrado en el oficio romano: "Adorna tu tálamo, oh Sión y acoge a Cristo rey; abraza a María, la celeste puerta, porque Ella se ha convertido en trono de los querubines, Ella porta al rey de la gloria; es nube de luz la Virgen porque lleva en sí, en la carne, al Hijo que existe antes de la estrella de la mañana".

En el largo tropario de Andrés de Creta los brazos que portan a Cristo no son los de María sino los del anciano Simeón, ambos son figura de la Iglesia que porta a Cristo a los hombres, introduciendo de modo discreto la figura de José, en un segundo plano, también en la iconografía: " Aquél que es portado por los querubines y celebrado por los serafines, presentado hoy en el sacro templo según la Ley, tiene por trono los brazos de un anciano; de manos de José recibe dones dignos de Dios: bajo la forma de dos tórtolas, he aquí la Iglesia incontaminada y el nuevo pueblo elegido de entre los gentiles, junto a dos pequeñas palomas para significar que él es el Príncipe de la paz del antiguo y del nuevo pacto. Simeón, acogiendo el cumplimiento del oráculo que había recibido, bendice a la Virgen Madre de Dios, María, prediciéndole simbólicamente la Pasión de Aquél que ha nacido de Ella, y a Él le pide ser librado de la vida, gritando: Ahora deja que me vaya, oh Soberano, como habías anunciado, porque yo te he visto, Luz sempiterna, Señor y Salvador del pueblo que de Cristo toma nombre".

(Publicado por Manuel Nin en l'Osservatore Romano el 2 de Febrero de 2012; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)