Formación Litúrgica en la Escuela de Benedicto XVI (VI)

b)  La forma fundamental de la liturgia 


Si nos preguntamos por la forma fundamental de la Liturgia se ha dicho, con algún fundamento, que la liturgia tiene por forma fundamental el carácter de fiesta. Ahora bien, hay dos maneras de participar en una fiesta: la del que aplaude sin estar contento, y la del que aplaude estando contento, es decir, aplaudir porque los demás aplauden o aplaudir porque se está contento. Son muchas las ocasiones en las cuales se puede jugar con la gente, manipulándola; pero es más difícil jugar con los familiares del difunto en un funeral. Las mentiras más perversas se hallan siempre en la liturgia y es en ella donde más se puede defraudar a las personas, cuya perversión más deleznable se encuentra en los pecados cometidos contra la santidad de los sacramentos. 

Pensemos, por ejemplo, en la celebración de la Santa Misa, la fiesta de nuestra redención, fruto de la muerte de Jesucristo, que es el sacrificio de nuestra redención. Es verdad que es una fiesta, es cierto que se celebra también la resurrección, porque la muerte no tenía dominio sobre Él,  es verdad que se presenta bajo la forma de banquete, pero su misterio más hondo es la realidad del sacrificio de Cristo, que muere en la Cruz por el perdón de nuestros pecados, pues ése fue el camino elegido por Dios Padre. Es una fiesta cultual, de reconocimiento o de fe, de adoración y de amor. Es una fiesta, que se nos da objetivamente; no la inventamos nosotros y por eso nos sometemos a un ritual prefijado. “La poca claridad en la relación entre el campo dogmático y el litúrgico, constatable también durante el concilio, debe ser considerada razonablemente el problema central de la reforma litúrgica; desde esta hipoteca se explican la mayor parte de los problemas en los cuales nosotros desde entonces nos ocupan”[1].     

“Siempre más claramente se puede constatar que en el fondo de todas las disputas permanece abierto un profundo desacuerdo  sobre la naturaleza de la celebración litúrgica, su procedencia, sus ministros y su forma adecuada. Se trata de la cuestión de la estructura fundamental de la liturgia en cuanto tal; más o menos conscientemente se enfrentan dos concepciones radicalmente diversas. Los conceptos decisivos de la nueva concepción de la liturgia se pueden resumir en estos términos claves: creatividad, libertad, fiesta, comunidad (…) El pensamiento fundamental que está en la base de estas reflexiones es que la liturgia es celebración comunitaria, una acción en la cual la comunidad se realiza y se experimenta como comunidad. De hecho así la liturgia, tanto en su forma típica como en su actitud espiritual, retrocede a la forma de una velada (…) Si se consigue entretener ha sido una buena celebración, y por ello se basa en la creatividad según la habilidad de sus organizadores”[2].

“A este análisis de la forma de comida se debe, por cierto, añadir que la Eucaristía no puede ser descrita en verdad y con precisión bajo la forma de banquete o comida. De hecho, el Señor instituyó la novedad del culto cristiano en el ámbito de un banquete pascual hebreo, pero nos ha ordenado repetir esta novedad, no el banquete en cuanto tal. Precisamente por esto la novedad se ha liberado pronto de su antiguo contexto y ha encontrado una forma propia a ella, que fue ya anticipada por el hecho que la Eucaristía nos envía a la Cruz  y, por ello, a la transformación de la liturgia del templo en la liturgia espiritual (rationabile) (…) Esta nueva forma total no podía, en cuanto tal, proceder sencillamente de la comida, sino del conjunto del Templo y de la Sinagoga, de la palabra y del sacramento, de la dimensión cósmica e histórica”[3].

En este contexto la pregunta fundamental sobre la Santa Misa es ésta: su forma fundamental ¿es el banquete como decía Lutero[4], o el sacrificio como definió Trento? La respuesta propuesta finamente por J. Ratzinger armoniza el contenido dogmático de la Misa, el sacrificio, y la forma litúrgica de la Misa, el banquete, librándonos de caer en un abismo insalvable, porque cuando se habla de banquete estamos hablando de la cena de bodas, donde se hace presente el misterio pascual. En definitiva, la cuestión es que la liturgia manifiesta la verdadera Iglesia en su dimensión cósmica e histórica, es decir, se celebra la redención, plenitud de la creación, y la gracia de Dios que salva y transforma al hombre. En consecuencia, la liturgia no es autocreación o automanifestación de la Iglesia, sino don de Dios en Cristo para la salvación del hombre. De aquí nace la necesidad de estar bien orientados, cuando celebramos la liturgia.  

“En la base del progresismo reformista hay todavía una visión rígida de los orígenes cristianos según la cual la historia aparece formada por la unión de elementos individuales interiormente extraños, mientras la visión sacramental de la Iglesia se basa en una íntima unidad de crecimiento, que mantiene la fidelidad propia en el progreso y une los tiempos mudables de la historia en la fuerza del único Señor  y de su don.  Sea este aspecto formal de la cuestión, sea también el resultado de contenido, pueden ser de gran importancia para los debates actuales  dentro de la Iglesia. Si de hecho se debiera comprender que el concepto de forma de banquete es una simplificación históricamente insostenible  y si en su lugar el testamento  del Señor, justamente en lo que concierne a su contenido, debiera ser contemplado en el pensamiento guía de la Eucaristía caerían por sí mismas muchas de las actuales alternativas.  Sobre todo caería la dañosa división  de los planos litúrgico y dogmático sin la confusión de lo propio de los dos campos. Eucaristía significa sea el don  de la comunión en la que el Señor se hace comida para nosotros, sea el sacrificio de Jesucristo que ha pronunciado su sí trinitario al Padre en el sí de la Cruz y ha reconciliado todos nosotros con el Padre en este sacrificio. Entre comida y sacrificio no se da contraste alguno; en el nuevo sacrificio del Señor ellos se mezclan inseparablemente”[5].                   

En este contexto, surge la cuestión de la adecuada interpretación del sintagma misterio pascual; nosotros con agrado asumimos la interpretación que hace J. Ratzinger, afirmando que con la dicha frase se está indicando la obra de nuestra redención, que se realiza sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía[6]. Pero no podemos olvidar que esta fraseología se relaciona con la teoría de O. Casel y su incompatibilidad con la representación de la Passio Christi en la liturgia en relación con el sacrificio de la Misa[7]. “Para Casel la humanidad no parece dividida entre aquellos que viven sólo en el ordo naturae, pensado como el orden de la razón, y aquellos que han sido elevados al ordo gratiae y siguen por tanto el orden añadido de la fe, sino que se aprecia unida en un solo modo de abrirse al sentido último del vivir, que se ofrece en las diversas tradiciones de lo sagrado”[8]. Así, la novedad de Cristo se juzga como plenitud de lo que ya existía, no como un nuevo orden de cosas. Frente a esta teoría, es límpida la doctrina de Santo Tomás de Aquino, donde el acontecimiento de salvación por la fe y el sacramento de la fe brilla con un contenido real y mistérico. 

“No es preciso dudar al decir que el corazón de la doctrina sobre la liturgia desarrollada a partir de la Constitución conciliar es igualmente el corazón de la enseñanza de Casel. La citación constante, por parte de la Constitución, de los textos patrísticos, litúrgicos y de concilios anteriores sobre los cuales Casel había construido su síntesis y su interpretación por parte del Concilio en su propio sentido, atestan la filiación de una manera que llamará la atención de los historiadores futuros”[9]. “Nuestras breves anotaciones quieren mostrar que en el texto conciliar se deben encontrar los puntos principales de la teología mistérica. Con esto no queremos decir que el Concilio haya canonizado una escuela teológica; él sólo ha confirmado con autoridad aquella doctrina, que de nuevo emerge en la conciencia de la Iglesia, desde cuando ella  ha tomado conciencia de nuevo de su vida litúrgica”[10]. “Opinamos que la doctrina de Casel de la Mysteriengegenwart puede en cierto sentido fundamentarse  más a través de la doctrina tomasiana de la presencia operativa del instrumentum coniunctum (…) Al mismo tiempo nos parece que el apoyo de la doctrina caseliana de la representación sacramental de la pasión, en la concepción tomasiana de una representación operativa-dinámica de la pasión mediante el signo sacramental, sea el punto de partida para un diálogo fecundo sobre la Mysterienlehre[11].

Padre Pedro Fernández, op

[1] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, p. 97.
[2] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, pp. 81. 82
[3] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, pp. 212. 213.
[4] “El error de Lutero se basaba  -estoy convencido- en un falso concepto de historicidad, en una equivocada comprensión de la unicidad (ephapax). El sacrificio de Cristo no se encuentra detrás de nosotros, como algo del pasado. Llega a todos los tiempos y está presente en medio de nosotros”. J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, p. 146.
[5] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, pp. 110. 130-148.
[6] Menciono esta extraña oposición entre la Pascua y el sacrificio, porque representa el principio arquitectónico de un libro publicado recientemente por la Fraternidad San Pío X, que pretende exista una ruptura dogmática entre la nueva liturgia de Pablo VI y la precedente tradición litúrgica católica (…) La teología de la Pascua es una teología de la redención, una liturgia de un sacrificio expiatorio”. J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, p. 137. 138.
[7] Cf. A. BOZZOLO, Mistero, simbolo e rito. L´ effetività sacramentale della fede. Libreria Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano 2003, pp. 1-18. 253-257; Acta Congressus Internationalis de Theologia Concilii Vaticani II. Roma 1968, pp. 271-338; B. NEUNHEUSER, Opfer Christi und Opfer der Kirche. Die Lehre vom Messopfer als Mysteriengedächtnis in der Theologie der Gegenwart. Patmos. Düsseldorf 1960.
[8] A. BOZZOLO, Mistero, simbolo e rito. L´ effetività sacramentale della fede. Libreria Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano 2003, p. 353.
[9] L. BOUYER, “Le mystère du culte de Dom Casel”. La Maison Dieu 80 (1964) 242.
[10] M. C. MATURA, “Liturgie, Werk des Heils. Die Konstitution über die Liturgie und die Mysterientheologie”. Liturgie und Mönchtum 36 (1965) 7.
[11] P. WEGENAER, Heilsgegenwart. Das Heilswerk Christi und die Virtus divina in den Sakramenten unter besonderer Berücksichtigung von Eucharistie und Taufe. Aschenddorf. Münster 1958, p. 117-118.

Padre Pedro Fernández, OP