Las rúbricas en la liturgia.


La reciente publicación de la Tercera Edición del Misal Romano constituye un marco oportuno para un nuevo y renovado esfuerzo de fidelidad eclesial en las celebraciones litúrgicas puesto que la liturgia es fuente y culmen de la vida cristiana (cf SC 10).

En realidad, la fidelidad a las rúbricas y normas litúrgicas forman parte de la obediencia debida a la Iglesia, además de ser un signo de comunión eclesial. El mismo Concilio dijo que las acciones litúrgicas no son acciones privadas sino celebraciones de la Iglesia, sacramento de unidad (SC 26). Por eso, las leyes litúrgicas deben ser obedecidas porque son los gestos y el lenguaje propio de la Iglesia.

Por otra parte, los documentos magisteriales nos recuerdan cómo se va perdiendo el sentido de pertenencia a la Iglesia cuando no se celebra bajo un mismo criterio gestual y estructural, y cada sacerdote inventa nuevos modos para celebrar la Misa o añade palabras o suprime ciertos ritos. La fidelidad a los textos y a los gestos litúrgicos expresan la comunión entre todos y ayudan a vivir mejor la celebración.

Quizá, en otros tiempos, se daba una exagerada importancia a la normativa litúrgica hasta el punto de confundir y equiparar la liturgia con un tratado de rúbricas. Sin embargo, gracias al Movimiento Litúrgico de principios del siglo XX y al Concilio Vaticano II esta cuestión ha sido superada. En la actualidad, la liturgia se celebra como acción de Cristo y de la Iglesia; lógicamente con unos gestos externos y con unos ritos, pero, sobre todo, con una vivencia espiritual y con una profunda dimensión pastoral.

Aún así, todavía, es muy frecuente observar cómo algunos consideran la liturgia como una expresión devocional: sacerdotes que celebran a su antojo, olvidando los gestos eclesiales comunes y asambleas o comunidades de fieles que proclaman la Palabra o cantan según les dicta su espontaneidad. La celebración no es propiedad del que preside ni de la asamblea que celebra, sino que es un acto eclesial y comunitario que pertenece a la Iglesia universal. Por eso, prescindir de las normas o leyes litúrgicas va contra la naturaleza propia de la Iglesia, es decir, contra lo comunitario de la liturgia.

En definitiva, toda acción pastoral litúrgica que se haga y toda mejora celebrativa que se emprenda debe tener como telón de fondo este principio teológico que estamos subrayando: la liturgia, por ser acción de la Iglesia, debe ser celebrada tal y como determinan los libros litúrgicos.

La asamblea celebrante cuanto más se acerque a los gestos, símbolos, ritos y rúbricas litúrgicas mejor y más fácil vivirá la liturgia como acción verdaderamente eclesial.

Adolfo Lucas Maqueda


Publicado en: Liturgia y Espiritualidad 2017/octubre.